Laureano Quesada Jiménez

Exposición colectiva con A.Patiño y Miquel Carbonell


Comentario sobre la exposición en El Ideal Gallego, septiembre 2003
Tres pintores en la galeria Coarte

Ánxeles Penas

Dos gallegos: Antón Patiño y Laureano Quesada, y un catalán: Miquel Carbonell muestran su obra en la galería Coarte; dos modos de ver el paisaje, en L. Quesada y M. Carbonell y una interpretación personal de la figura humana, en Patiño.

El coruñés A. Patiño nos ofrece figuras femeninas, personajes históricos o escultóricos Cristos que parecen sacados del Pórtico de la Gloria. Es claro su entronque con el hieratismo y el sentido pétreo de nuestro románico; lo es, incluso, en la elección de los tonos grises y amarillos ocre con los que colorea sus creaciones que evocan las calidades del granito. Mujeres sedentes, meigas, mujeres arrodilladas, sirenas... constituyen los preferentes motivos de su inspiración, enmarcándose así dentro del culto a lo femenino que forma parte de nuestra tradición y en el cual pueden parangonarse, aunque sus lenguajes difieran, con Luis Seoane. Patiño nos adentra con su obra en un mundo atemporal, en un universo simbólico en el que los personajes humanos adquieren valor arquetípico. La misma sencillez compositiva, el esquematismo, el desplazamiento anticanónico de la anatomía, incluso la ocasional geometrización de enmarque y de la línea remiten al ámbito de lo emblemático y dejan en el contemplador un regusto de antiguas creencias, de medievales santos, de silenciosos peregrinos y de rotunda mozas que esperan, como inconmovibles rocas, el eterno circular de los astros. Un territorio, en suma, de galaicas evocaciones, teñido de cierto gozoso primitivismo.

Laureano Quesada, por el contrario, dirige su paleta hacia la geografía de lo real, dividiendo, por igual, su inspiración entre el paisaje y el espacio de la intimidad o, mejor dicho, haciéndolos convivir en un sólo cuadro. Conocíamos su enamoramiento de la ría de Ferrol, especialmente, el mar de Cedeira que también sigue reflejando en esta ocasión; pero ha añadido algunas estampas del Sur: Córdoba, el Albaicín, Granada y algunas otras interpretaciones del Norte, como Ancares. En todos los casos se muestra un estupendo colorista, de pincelada breve, que va desgranando la infinitud de los matices con cuidadoso amor, con empaste ligeramente grueso, impresionista, recreándose en el detalle, pero dejándolo, a la vez, como flotante y huyendo por las esquinas del tiempo. Para reforzar esta poética idea de alejamiento, coloca a menudo en un ángulo del cuadro una figura femenina que observa, casi siempre una niña o una adolescente, que parece mirar con melancolía el paso inexorable de la belleza. La insistencia en los balcones, como enmarque de esta figura, resalta la sensación, ligeramente dolorosa, de estar contemplando, desde un presente inestable, un pasado que se aleja. La de L. Quesada es pintura pintura, pero enriquecida por la fuerza lírica de los sentimientos.

Miquel Carbonell muestra diversas vistas de paisajes de su Cataluña natal y de Combarro, Cambados, Brujas, Valle del Botín y otras. Pinta con fidelidad, intentando ofrecer una visión amable y bonita de los lugares elegidos; maneja bien el dibujo y el color y es, en suma, un buen profesional en lo suyo; pero nosotros echamos de menos el vuelo recreador sobre aquello que, una vez admirado, debe interiorizarse para adquirir tensión poética. Quizá ese impulso poético se encuentre más en sus valles de la Cerdaña, donde su comunión con la naturaleza es más viva y sentida; por el contrario, las estampas de Galicia o del paisaje del Norte, como S. Vicente de la Barquera o el valle del Botín, se quedan, al menos para nosotros, en el terreno de lo pintoresco, simplemente pintado con oficio, lo cual, después de todo, ya no es poco.

En conjunto, la exposición merece ser visitada y ofrece obra muy vendible.