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Miguel Ángel Macía, textos de Marta Gerveno

El artista vuelve a la pintura, y vuelve no a cualquier pintura sino a un momento concreto que se remonta a los primitivos de un arte nuevo. Digamos que parece ser este un nuevo homenaje visual que este pintor Miguel A. Macía, realiza al maestro de los primitivos, Paul Cézanne.
Como aquel “Lugo desde el Miño” denota una clara definición de un pintor como constuctor, “Realizatión” fue el concepto más crucial para Cézanne. La realización o consecución de sus ideas de la forma, inspiradas por una confrontación directa de la naturaleza pero sin una reproducción servil de las apariencias. Su objetivo era alcanzar la armonía, pero no una que estuviera dada a priori. La armonía que queria conseguir debía ser “construida”, primero y en vez de negar las tensiones existentes entre fuerzas divergentes, reconciliaría esos contrastes a través de “la correcta colocación de las gradaciones de color” o sea a través del diseño consciente.
Según su propio testimonio, Cézanne, quería ser un artista “clásico”. Pero sería un error considerar su personalidad reservada y la serenidad trascendente del tiempo de su obra, que intentaba hacer visible “una existencia atemporal divorciada del génesis y la decadencia”, como una evidencia de falta de sentimiento o temperamento.
Los componentes barrocos del carácter de Cézanne se ven claramente en la obra de Miguel A. Macía cuando utiliza el entusiasta color de los pintores venecianos como Tintoretto y Paolo Veronese. Como el maestro francés habia dicho en una ocasión: “Todos los tonos están interpenetrados, todas las formas revueltamente entrelazadas. Esto es coherencia”.
Despues de los venecianos del siglo XVI, no hubo nadie que fuera un pintor de forma tan exclusiva como este ciudadano de Aix de formación universitaria, de clase media y hablante de patois. Como para él, a Miguel A. Macía parece solo interesarle el dibujo en tanto fuera una contribución a la pintura. El objetivo de ese discípulo cezanniano contemporáneo es transformar el mundo en una imagen sobre la tela. El medio para conseguirlo no es la línea, sino claramente el color. “La naturaleza no se encuentra en la superficie”, dijo en una típica y compulsiva mezcla de sobria objetividad y patetismo del maestro del XIX, “sino en las profundidades. Los colores son una expresión de estas profundidades en la superficie. Surgen las raices del mundo”.
Macía para dar forma al mundo en un paisaje, organiza primero el color de acuerdo con leyes estrictas. A diferencia de los impresionistas, no intenta visualizar el reflejo de la luz desde la superficie de las cosas, sino la misma luz tal como se manifiesta en los colores de las cosas. El encanto de los efectos atmosféricos para dejarle frio al igual que Cezanne. Tanto para discípulo como para maestro su arte no está dedicado a las apariencias cambiantes del mundo sini a su ser inmutable o esencia; en lugar de captar el momento fugaz aspiran a la permanencia.
Aunque las pinceladas de Miguel Ángel Macía, como la de los impresionistas, tienen una "estructura molecular” finalmente articulada, no disuelven las formas, y no transmiten un efecto de nerviosa depresión, sino de serena concentración. Del mismo modo que Paul Cézanne, crea sus obras con una paciencia infinita, en un proceso, en que pueden pasar veinte minutos entre una pincelada y otra. Gradualmente armoniza los contrastes hasta que surge una textura densa y sin fisuras de colores. Y entonces vuelven las palabras del maestro francés a nuestras mentes, que cuando se sentía satisfecho con el resultado decía: "Mi tela se da las manos. Se sostiene".
Esto muestra muy bien su método deductivo de trabajo, que progresa desde lo pequeño hacia lo grande. Cada uno de los cuadros de Miguel Ángel Macia es como un mundo en sí mismo. Las ramas de un árbol, un canto rodado, una pared o la fachada de una casa marcan los limites de este mundo; los espectadores permanecemos en el exterior. Sin vernos atraídos hacia el interior de la imagen como en los cuadros basados en la ilusión de la profundidad de perspectiva. Esto señala la autonomía de Su pintura. Ésta no depende de la naturaleza, sino que, como decía Paul Cézanne, existe de forma ?'paralela" a ella, es una creación del mismo valor, basada en sus propias leyes. Barreras visuales como las ahora mencionadas también se encuentran en las naturalezas muertas y retratos. El borde de una mesa, un caballete o una paleta separan el mundo del cuadro del mundo del espectador. El efecto es subrayado por la renuncia de él a las relaciones de profundidad y al modelado plástico. El espacio pictórico sólo es definido por las ricas y sutiles gradaciones de color incorpóreo. En vez de usar la pintura para modelar figuras y objetos, modula la pintura por medio de medios y de cuartos de tono como un compositor modula su tema cambiando de clave.
Marta Gerveno Del catálogo Ars Moenia. Diputación Provincial de Lugo, 2004.